Amigos de Behavioral Economics Blog, esta semana presentamos el artículo “Using Insights from Behavioral Economics to Mitigate the Spread of COVID‐19” de Soofi, M.; Nafaji, F. y Karami-Matin, B. (2020), en el que se ilustra cómo los conocimientos de la economía conductual pueden enriquecer las políticas e intervenciones de salud pública en la lucha contra el COVID-19.
El brote de la enfermedad por coronavirus de 2019 (COVID-19) se ha convertido en una emergencia de salud pública de importancia internacional.
Se trata de una seria amenaza para la salud global y la economía mundial, la cual ha causado una preocupación generalizada en todo el mundo. Durante esta pandemia, alentar a las personas a adoptar y mantener comportamientos preventivos es un enfoque central de las políticas de salud pública. El objetivo de estas es mitigar la propagación del COVID-19.
La economía conductual ha recibido recientemente mucha atención en la formulación de políticas públicas. Su enfoque es predecir y comprender mejor los comportamientos y elecciones de las personas para ayudar a formular políticas públicas más efectivas. Esto se logra identificando sesgos en el proceso de toma de decisiones, utilizándolos como puntos de entrada para intervenciones que aborden determinadas conductas.
Las personas normalmente presentan limitaciones de racionalidad, así como en cuanto a sus habilidades cognitivas y computacionales. Estas limitaciones llevan a las personas a aplicar las reglas generales o heurísticas (es decir, atajos mentales) para tomar sus decisiones, en vez de realizar análisis de coste-beneficio. Sin embargo, estos atajos pueden conducir a errores sistemáticos (sesgos) en la toma de decisiones. Consecuentemente, pueden llevar a conductas subóptimas y dañinas.
Así, la economía conductual ha mostrado una variedad de comportamientos de salud preventivos y de riesgo. En este sentido, puede permitirnos comprender y explicar mejor las conductas relacionadas con el COVID-19 (podéis leer más sobre sesgos durante la pandemia en este artículo).
Por un lado, encontramos el sesgo del presente. Es la tendencia no lineal y no constante a preferir una recompensa menor y más rápida antes que una recompensa futura mayor. El sesgo del presente puede llevar a preferencias inconsistentes en el tiempo. Muchos comportamientos relacionados con la salud implican una compensación entre los resultados inmediatos y futuros.
En el caso del COVID-19, no adherirse a las políticas, por ejemplo, quedándonos en casa implica una compensación entre el placer de ir a algún sitio ahora (beneficio actual) y el mayor riesgo de contraer COVID-19 en el futuro (coste en el futuro incierto). De este modo se explica por qué algunas personas tienen dificultades para adherirse a conductas de salud preventivas (ej. distanciamiento social), incluso cuando desean hacerlo. No obstante, este sesgo también puede usarse para ayudar a las personas a adherirse a conductas preventivas.
El sesgo del status quo es una preferencia desproporcionada por el estado actual de las opciones y la falta de voluntad para cambiarlas. En estos casos, las personas interpretan las posibles desventajas de cambiar el status quo como mayores que los posibles beneficios. Este sesgo tiene una ventaja: puede fomentar conductas que mejoren la salud mediante el uso de “empujones“.
Así, al mejorar y alterar el entorno en el que los individuos toman decisiones (arquitectura de elección), se puede influir en estos para que tomen decisiones más inteligentes. Por tanto, es posible crear un entorno en el que sea más fácil tomar decisiones de salud óptimas y más difícil elegir las no óptimas. Este también es el caso de las políticas preventivas de COVID-19; por ejemplo, los jabones con juguetes incorporados mejoraron el comportamiento del lavado de manos en niños.
Por su parte, encontramos el efecto marco. Este se refiere a que las elecciones de las personas a menudo dependen de la forma en que se describen o enmarcan las opciones disponibles. A menudo, las elecciones se ven influenciadas en función de si los posibles resultados se enmarcan en términos de ganancias o pérdidas. Este concepto está estrechamente asociado con la aversión a las pérdidas. Entonces, los mensajes de salud destinados a alentar a las personas a participar en conductas preventivas del COVID-19 (como el distanciamiento social) deben enmarcarse en términos de ganancias.
Por otro lado, el sesgo del optimismo y exceso de confianza es la tendencia a estimar como mayor la probabilidad de resultados futuros positivos que la media, y la de resultados futuros negativos como menos probable con respecto a uno mismo. Esto puede llevar a las personas a asumir, sin saberlo, riesgos adicionales con su propia salud, más que si fueran conscientes del riesgo objetivo de su conducta en relación con la salud.
En el caso de la pandemia, nos referiríamos al riesgo de contraer COVID-19. Proporcionar comparaciones entre pares o comunicar los riesgos con precisión puede ser útil para abordar el sesgo. Además, exponer cómo se han visto afectados individuos o poblaciones consideradas pares puede persuadir a las personas para que se adhieran a comportamientos preventivos.
Otro sesgo que encontramos en el contexto de pandemia es la heurística del afecto. Esta alude a la tendencia de una persona a juzgar los riesgos y beneficios en función de su afecto. Es decir, diferentes afectos pueden producir diferentes percepciones de riesgo y beneficio. En particular, cuando las personas están de acuerdo con una conducta o piensan que es positiva, juzgan que sus riesgos son bajos y sus beneficios altos. En contraposición, cuando sienten negatividad acerca de una conducta, consideran que sus riesgos son altos y los beneficios son bajos.
Esta heurística sugiere que los formuladores de políticas, para generar sentimientos negativos hacia no adherirse a los comportamientos preventivos del COVID-19, pueden aumentar los riesgos percibidos asociados con no adaptarse a dichas políticas y comportarse acorde a ellas. De esta manera, se incrementan las posibilidades de que las personas acepten las políticas y conductas de salud preventivas (lavarse las manos, distanciamiento social…).
Finalmente, el efecto rebaño ocurre cuando las personas consideran que cierto comportamiento es bueno o malo según del comportamiento de otros, imitandoles. Una implicación de esto es que, si una política tiene como objetivo alentar a tomar una decisión de salud, debe informar acerca del comportamiento de los demás. Esto es, para “empujar” a las personas a adaptarse a, por ejemplo, al distanciamiento social, las intervenciones deben recalcar lo que están haciendo otros.
Si bien se ha demostrado que muchas conductas relacionadas con la salud se asocian con los sesgos descritos, aún no se ha investigado empíricamente el grado en que afectan a los comportamientos preventivos del COVID-19. Futuras investigaciones deberían examinar estrategias para mejorar las intervenciones diseñadas para prevenir, no solo el COVID-19, sino también otras enfermedades transmisibles.
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